La hora de la bioenergía como parte de la solución estratégica para la descarbonización
Artículo publicado en la revista Calor y Frío por José Ramón Freire López
El primer cuarto del siglo XXI y las políticas actuales parecen marcar un camino en el que solo si la energía es eléctrica, es renovable y sostenible, hasta el punto de que, para la mayoría de la opinión pública y gran parte de nuestros gobernantes, descarbonización es lo mismo que electrificación.
El aprovechamiento de los recursos de biológicos puede proveer a España de energía renovable, proteína autóctona y biomateriales, facilitando la independencia energética y alimentaria, fomentando la industrialización rural y el mantenimiento del empleo agrario. Por lo tanto: ¿No debería contemplarse como parte de la solución estratégica para la descarbonización?
En el siglo pasado me formaron como Ingeniero Industrial en todas las tecnologías energéticas presentes y futuras. El futuro de transporte, nos decían, será el hidrógeno y el futuro de la electricidad, la fusión nuclear en megaplantas de generación. Pero el futuro, la innovación, el mercado y la economía son caprichosos. El hidrógeno en automoción sigue siendo futuro, la fusión nuclear no se la espera y la autosuficiencia energética ya no es la máxima aspiración de los países sino algo al alcance de la mano de las comunidades, comercios e industrias a través de la pequeña generación distribuida.
Empresas y administraciones ondean la bandera de la transición, en algunos casos vetando dogmáticamente las tecnologías del pasado. Nadie discute que el cambio hacia un mundo más sostenible es necesario, pero en una ruptura abrupta con nuestra historia tecnológica podemos perder experiencia, conocimiento y posiblemente oportunidades futuras. ¿Es el modelo de éxito en el primer cuarto del siglo XXI, la electricidad renovable, el único camino sostenible? o ¿debemos estar abiertos a pensamientos laterales?
Quien no conoce su historia está destinado a repetirla. El fuego, nos dio cierta independencia del Sol, propició la iluminación, la cocción de los alimentos, desarrollos tecnológicos y, dicen los expertos, que fue un factor determinante para el crecimiento del cerebro en los homínidos. Ese fuego de biomasa era energía renovable.
El siguiente salto tecnológico en materia de energía: el viento y el agua, aplicados inteligentemente aumentaron la productividad de los cultivos (molinos), mejoraron el transporte (barcos de vela) y posibilitaron el nacimiento del comercio.
Llegamos al principio de la época oscura: el descubrimiento del carbón, el primer combustible fósil al que se tuvo acceso, su calor transformaría la humanidad. Permitió la industrialización y con ella una evolución tecnológica que ya no tendría fin. Más tarde, los combustibles fósiles líquidos cambiarían el mundo para siempre, el siglo XX fue su reinado: usado en propulsión unió paises y culturas y posibilitó un desarrollo social y un bienestar sin precedentes. Pero también por su culpa, aumentaron las tensiones geopolíticas, el campo se vació, las ciudades se colapsaron y otras fuentes energéticas más sostenibles, se relegaron al olvido. Definitivamente los barcos de vela, los molinos y calentarse con leña era algo obsoleto, “pasado de moda”.
A finales del siglo XX, obligados por el calentamiento global, la humanidad vuelve a mirar a esas fuentes sostenible. Es posible que si algunos de aquellos jóvenes pujantes de esa “transición energética fósil” (nuestros abuelos) las hubieran mantenido en el recuerdo, perfeccionándolas, a estas alturas ya se hubiera resuelto el problema del almacenamiento, y la humanidad tendría soluciones de generación distribuida fuertemente implantadas. Pero nuestros padres tenían prisa y un pensamiento monótono respaldado por la seguridad que da el pensamiento grupal, el equivocado es el que tiene un pensamiento lateral, el excéntrico, el creativo o más coloquialmente “el raro”.
¡Tara! ¡Tara! La tierra roja de Tara, una frase célebre de “Lo que el viento se llevó” que reflejaba la importancia de la tierra de cultivo hace unas pocas generaciones: “por la tierra luchamos y morimos” nos decían. El siglo XX y la energia fósil nos despegó de la tierra, y las luchas pasaron a ser por la energía. En un futuro renovable la tierra recuperará el protagonismo, pero no para albergar edificaciones o instalaciones industriales, sino para generar riqueza a través de su vida.
La madre naturaleza nos ha dado un panel solar extraordinario en el cual se ha resuelto el problema del almacenamiento y la energía absorbida del sol acumula para su uso posterior en una batería perfecta: la biomasa.
En los procesos de biorefino, la energía solar almacenada en la biomasa se puede convertir en combustible, proteínas, aceites, biomateriales, dióxido de carbono que se utiliza en las bebidas, aceites, hidrogeno renovable, electricidad….
La electricidad renovable tiene un reto titánico, sustituir el todavía mayoritario porcentaje de electricidad fósil en los usos habituales ¿Por qué negarle a la electricidad un valioso aliado en la descarbonización donde lo tiene más difícil, que es en el transporte y en la producción intensiva de calor?
Los biocombustibles (líquidos y gaseosos) son una solución para la industria con alta demanda térmica y para el transporte sostenible. La transición necesaria del refino tradicional al biorefino es una solución para el desarrollo rural y agrario. Restructurar la economía de nuestros pueblos debiera apoyarse en una reforzada estructura de cooperativas agrarias e inversiones en los procesos de transformación de los productos de nuestros campos, para competir en los mercados internacionales con productos de mayor valor añadido.
Hemos sufrido una crisis sanitaria que ha demostrado como los países ante los recursos escasos cierran sus fronteras, ¿Qué pasaría ante una crisis alimentaria mundial? La fuente base de las proteínas para nosotros y nuestra industria ganadera depende cada vez más del exterior. Nuestras fábricas de proteína, los campos de nuestros bisabuelos se están convirtiendo en campos de golf, urbanizaciones, polígonos industriales y, últimamente, en enormes extensiones fotovoltaicas.
El biorefino tiene actualmente como productos principales los alcoholes y aceites, pero también un volumen de pienso animal, que iguala al volumen de bioetanol. En el biorefino de cultivos (el más cuestionado) en los últimos 10 años ha alcanzado cuotas de abatimiento de CO2 superiores al 75%.
Se están implementado en las biorrefinerías de toda Europa técnicas de captura del CO2 de fermentación, y se vislumbra un futuro en el que podrían proporcionar hidrógeno, reformado de bioetanol, con captura. Es decir, el balance de CO2 sería negativo: nuestros campos y el biorefino ayudarían a las generaciones futuras a limpiar una atmosfera que nosotros hemos manchado.
En España la ausencia de un marco fiscal de apoyo a los biocombustibles, líquidos y gaseosos ha impedido su expansión, tanto en automoción como en generación térmica.
En definitiva, el aprovechamiento de los recursos de biológicos puede proveer a España de energía renovable, proteína autóctona y biomateriales, facilitando la independencia energética y alimentaria, fomentando la industrialización rural y el mantenimiento del empleo agrario. Por lo tanto y como planteábamos al comienzo de este artículo:
¿No debería contemplarse como parte de la solución estratégica para la descarbonización?